Envejecer es aprender a perder.
Asumir, todas o casi todas las semanas, un nuevo déficit, una nueva degradación, un nuevo deterioro.
Así es como yo lo veo. Y ya no hay nada en la columna de las ganancias.
Un día ya no puedes correr, ni caminar, ni inclinarte, ni agacharte, ni levantarte, ni encorvarte, ni darte la
vuelta de un lado, ni del otro, ni hacia delante, ni hacia atrás, ni por la mañana, ni por la noche, ni nada de
nada. Solo puedes conformarte, una y otra vez.
Perder la memoria, perder los referentes, perder las palabras. Perder el equilibrio, la vista, la noción del
tiempo, perder el sueño, perder el oído, perder la chaveta.
Perder lo que te han dado, lo que te has ganado, lo que te merecías, aquello por lo que luchaste, lo que
pensabas que nunca perderías.
Readaptarse.
Reorganizarse.
Apañárselas.
No darle importancia.
No tener ya nada que perder.
*Texto extraído del libro “Las gratitudes”, de Delphine de Vigan.